lunes, 28 de noviembre de 2011

Si el fútbol se hubiera inventado en el siglo XIII



- He de confiaros, querido duque de Ovando, que me place ese caballero del Alentejo.
- ¿Cuál? ¿Ese que acaba de cruzar sus armas con el conde de Barcelona en la arena del torneo? Esa proclama me impacta profundamente, marqués de la Trajinera
- ¿Impactaos he? A fe mía que no era esa la intención, más no entiendo vuestro impacto. 
- Claro está, marqués. El estilo de aqueste caballero extranjero no es visualmente aceptable. Reconozca que el del conde de Barcelona causa mucho mayor deleite a la vista. 
- No será a la mía, voto a bríos, que nunca he sido yo partidario de ese tipo de monta. Más cercano me siento al caballero portugués, vive Dios. Fijáos bien en las suyas acometidas. Templa la lanza con fuerza y arrea con vigor y fuerza contra el contrario. Porte enhiesto y viril. Fijáos con qué seguridad sostenía el suyo escudo. 
- Eso no es algo admirable en un caballero. 
- ¿No? Pues no acabo de entender el porqué
- Por ser un acto de desleal cobardía. 
- ¡Pero no querrá vos que el contrario le empale cual aceituna jienense!
- Si así lo quiere Dios, sea. Pero las normas de la caballería dan a entender que el ataque ha de prevalecer sobre la defensa. Es por eso que el Conde de Barcelona es ensalzado en los círculos cortesanos como un ejemplo del arte de las armas. Rechaza el escudo como si fuera la horca de un villano, sustituyéndolo por la espada corta de tal suerte que aumenta sus posibilidades de ataque. 
- De poco le ha valido; ha dado con sus huesos en el suelo al intentar alcanzar al portugués. 
- ¿Y qué esperaba vuestra merced? El portugués se ha lanzado con tal violencia que el Conde no tenía otra más que evitar que le alcanzara con la lanza. ¿Acaso no habéis oído sus gritos de dolor al alcanzarle aquél con aquella?
- ¡Pero si no le ha rozado! Además, más que apartarse es mi sensación la de que intentaba cortar las bridas del portugués con la espada corta.
- Sí que le ha dado. Fray Juníspero de Ávila, delegado por el obispado para velar por el buen final de aqueste torneo, así lo ha señalado. Gran vergüenza ha de caer sobre el luso por intentar herir al adversario cuando éste yacía desplomado sobre su montura. 
- ¡Qué diantres desplomado! Pero si estaba agachado... además, toda la corte sabe que maese Juníspero de "fray" ya no tiene nada, que ayer fue elevado a Abad de un convento de Tarragona
- Dejemos esta cuita, pues ya aparecen los bufones para entretenernos hasta que se reanude la lid. Mirad, ahí está el famoso Palomarus, y el orondo borracho Relañiz. ¡Qué pena que no podamos gozar hoy de las gracias y chascarrillos de los aragoneses "Mascarilla" y "Caranzillo"!, gloria del humor de las tierras allende del Ebro por mucho que ellos se consideren italianos. 
- Pues sí, rara gente aquella. ¿Pues no piden la entrega de los condados catalanes a los merovingios franceses?
- Eso he oído, pero tómelo como lo que es, señor marqués, un discurso de bufones. Guarde su acero por mucho que éste le resulte ofensivo. 
- Espero que algún día no haya alma que tómese en serio esas bufonadas... el propio Conde de Barcelona...
- Calle, calle, que ahora habla Palomarus. ¡Qué divertido! Cuántas bromas hace a costa del noble lusitano.
- Pues me perdonará vuestra merced, pero no veóle yo la gracia...
- Vuestra merced que ve con demasiados buenos ojos al extranjero. Recuerde vos que Dios habla por boca de niños y borrachos, y Relañiz y su concomitón son de sobra esto último. 
- Decir que el portugués parece montar un cerdo cuando era el conde barcelonés el que se apostaba cual gorrino montando gorrina sobre la grupa de su montura me parece, cuanto menos, osado...
- Quite, quite, no se tome estas cosas tan serias, marqués. Ahora se retiran los bufones y podemos disfrutar del encuentro entre el cabalero alentejano y el conde barcelonés.
- Parece que desde el público ha partido un ánfora de vino que ha ido a estrellarse contra la chola de Relañiz. Se ve que su discurso ha molestado al populacho. 
- Qué salvajes...
- Hombre, reconozca vuestra excelencia que eso de decir que quien gustara del portugués era un cerdo que deseaba ser montado por él debe haber molestado a algún villano. ¿No se ha dado cuenta, Ovando, que desde el graderío se oían vítores para el caballero luso? Parece que su estilo sí que gusta...
- ¡A la plebe! Por Dios, marqués, ¿donde ha dejado vuecencia la testa? 
- Sí, pero es que como le decía a su merced, duque, su estilo es realmente efectivo, a la par que hermoso. Que guste a las clases populares no ha de ser causa para negar la mayor... 
- Qué barbaridad ¡Si le oyera a vos monseñor Segurolez de Vizcaya! Escuche, ¡ya suena la fanfarria! ¡Ahí aparecen de nuevo los contendientes! 
- ¿Me engañan mis ojos? ¡El luso no porta lanza!
- Se atiene a razón juiciosa, presumo. Fray Juníspero, o Abad Juníspero si así gustáis más, se la habrá retirado por no hacer un uso honorable de la misma. 
- ¡Pero qué uso honorable ni que niño muerto! ¡Pero cómo le van a quitar la lanza por haber embestido a un adversario que a su vez lanzaba contra él!
- Pues porque le ha dado...
- Pero de eso se trata, ¿no? De ganar al adversario haciendo uso de vigor y gallardía...
- Esta usted muy anticuado, señor marqués. Que estamos a las puertas del Quatroccento, pardíez. Disfrute del arte del Conde de Barcelona, verá con qué figura maneja ambas espadas.
- Contra un adversario al que sólo le dejan una maza corta, ya podrá.
- Pero vuecencia, ¿a qué viene aquí? ¿A disfrutar de las lides caballerescas o a ver cómo dos adversarios se machacan hasta que el triunfo caiga del lado de uno de los dos?
- Pues la verdad...



- ¡Calle! Ahí suenan las trompetas, los jinetes azuzan a sus monturas. Fíjese, amigo, fíjese, porque tardaremos siglos en poder disfrutar la reencarnación de las artes del torneo que es el Conde de Barcelona! Qué raudo va. ¿Ve? ¡Esa es la ventaja de no cargar con un escudo! Qué manera de mover las espadas, tanto la corta como la larga, qué filigrana. Qué belleza... qué... ¡Qué mamporro le acaba de sacudir con la maza!
- Virgen Santísima... para que luego digan que el hombre nunca volaría.
- Qué miserable, cuánta indignidad. ¡Oiga vuestra merced! ¡Hasta el pueblo llano le abuchea! Qué vergüenza para cualquier caballero. ¿Lo oye, marqués? ¿Lo oye? 
- La verdad es que con tanto aplauso me resulta dificultoso. ¿Ve vuestra merced si el Conde de Barcelona ya ha contactado con el suelo? Desde aquesta posición que ocupo perdíole de vista cuando su figura pasó tras el pendón del Duque de Lombardía...
- Hablando de pendones... el Abate Juníspero está alzando el pendón del conde de Barcelona. ¡Bravo! Le da la victoria ¡Se ha hecho justicia!
- ¿Cómo dice?
- Digo que se ha hecho justicia... ¡Justicia!
- Ah, perdón, duque de Ovando, soy incapaz de escucharle con la algarabía que llega desde todo el graderío. Parece que no ha gustado la decisión del Abate.
- ¡Malditos villanos! ¡Serán indocumentados! Sólo faltaba que vinieran ellos a enseñarnos cómo combatir en un torneo. Ah, alguna testa juiciosa ha sacado a los bufones para entretenerles. Si la razón no les basta -son plebe, al fin y al cabo- los chistes de los bufones bastarán para hacerlo. Mire cómo se las arreglan para apaciguar a las bestias. Ahí sentados en círculo, para llamar la atención, siguiendo las indicaciones de l clasico Tertulianus. 
- Pues dirá vos lo que quiera, querido Ovando, pero sigo pensando que lo realizado por el extranjero no sólo no es reprobable, sino que dignifica el arte de la lid y es mucho más efectivo. En el campo de batalla, seguro; aquí, con las cosas tan extrañas sucedidas en torno a la competición...
- ¿Osa vuecencia poner en duda la labor del Abate? ¿Cuestionar a la Santa Madre Iglesia? De seguir por esa senda no me quedará opción alguna más que dar parte al santo Tribunal de la Inquisición...
- Vale, vale, ya me callo.


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